“No creemos en la democracia sino en la justicia”

Nuevo relato de nuestras activistas de la Brigada de la Aceituna 2018.

 

De Ramallah a Bethlehem (Belén).23270516_700014360194622_7103787109984772718_o

La ciudad de Bethlehem fue uno de los principales lugares de acogida palestinos a partir de 1948, donde se establecieron varios campamentos de refugiados y donde hoy está la sede de la organización Badil, creada en 1998, que más allá del trabajo directo con los refugiados y refugiadas, también se dedica a investigar y documentar las condiciones de vida de éstos, y sobre todo se dedica al trabajo jurídico para denunciar su injusta situación, en base al propio Derecho Internacional.

La comunidad de refugiados palestinos es la más grande y cronificada del mundo. El 70% de su población (casi ocho millones de personas) son refugiados fruto de diferentes oleadas solo durante el siglo XX: 6.300.000 desde 1948, 1.000.000 desde 1967 y 530.000 desplazados internos.

Durante nuestra estancia allí, nos reunimos con un miembro de Badil. Nos explica que la Nakba o “Catástrofe” no se inicia en 1948 como se quiere hacer ver (y se ha conseguido hacer creer a la mayor parte de la población) si no aproximadamente en 1917, año en el que los judíos comenzaron a llegar a Palestina. Aunque hay investigaciones que se remontan a finales del siglo XIX.

Se conoce como Nakba o Catástrofe al comienzo formal de la ocupación por parte de la población judía en la que los palestinos perdieron sus casas, tierras y medio de vida cuando paramilitares sionistas llevaron a cabo matanzas y agresiones.

Todo esto evidencia que el proyecto del sionismo está claro desde principios del siglo XX: la apropiación de una tierra ajena que ocupar y la expulsión de la población palestina autóctona eran dos caras de una misma moneda.

En Badil, aparte de recordarnos que el mundo empezó a tratar a Palestina como un caso humanitario, pero que en realidad es un caso de derechos civiles y políticos, también nos radiografiaron la sangrante situación de los refugiados, exponiendo contundentemente que no hay solución posible sin el retorno de todos. También nos señalan la importancia y la urgente necesidad de trasladar al resto del mundo la necesidad de mantener y ampliar el boicot a Israel (Boicot, Desinversión y Sanciones: BDS).

Abandonamos Badil pero sin salir de Betlehem, para dirigirnos a las afueras donde se sitúa el campo de refugiados de Dheisheh, con unas catorce mil personas viviendo en él. Es el segundo campo más grande de Cisjordania. Tiene una larguísima trayectoria de lucha contra la ocupación y en favor del derecho al retorno.

Recorremos sus calles estrechas y vemos las paredes llenas de murales, pintadas y llamados a la resistencia. No es sólo arte callejero, también es una manera de comunicarse. Durante un periodo anterior, los israelíes, prohibieron cualquier comunicación o publicación escrita y es en ese momento cuando los palestinos comienzan a utilizar las paredes como imprenta donde se informaba de manifestaciones, reuniones o concentraciones de todo tipo. Es por eso que se conservan dichas pintadas. Es la memoria del ingenio y la valentía frente a la barbarie sionista.

El ejército de Israel entra en este campo alrededor de tres veces a la semana, con la intención de amedrentar y desmoralizar a su población. Es evidente que es estéril este propósito, pero se cobran cara cada incursión, pues los heridos se producen en cada una de ellas al igual que las detenciones.

Nos despedimos del joven palestino que nos ha servido de guía en la visita al campo, y nos desplazamos a LAYLAC, un centro para la acción y el desarrollo de la comunidad a través de actividades culturales que busca alentar a los jóvenes a ser más activos y comprometidos con la sociedad palestina.

En este centro nos encontramos con Nagi, un activista cuyas primeras palabras, tras los saludos de cortesía fueron “I don’t believe in democracy or peace, I just believe in justice”. Desde el primer instante nos dejó claros los principios con los que se regía este centro, gestionándose mediante procesos democráticos y participativos, rechazando tanto el orden criminal de Israel como el de la autoridad palestina. Rechazan también cualquier financiación internacional o de las ONG’s para no someterse a ninguna disciplina limosnera. Desean mantenerse firmes en su idea de justicia, sin dejarse amedrentar por las detenciones o asesinatos sionistas, o por las trabas que la Autoridad Palestina les pone.

El duro relato nos dejaba claro que los voluntarios que colaboran en este centro llevan a cabo una lucha dentro de otra lucha. Desempeñan su cometido con un tesón y decisión admirables, involucrando a gran parte de la población del campo.

Uno de los objetivos de LAYLAC es el reconocimiento del derecho de los niños a jugar. El juego como derecho de la infancia, no como privilegio. Y es que en Israel no se entiende ese derecho: no entienden de juegos ni de infancia. La barbarie israelí, recordemos, mantiene alrededor de 400 niños palestinos encarcelados en sus prisiones. ¿A qué puede jugar un niño en una celda? ¿A qué puede jugar un niño en un campo de refugiados mientras un soldado lo encañona? Así las cosas, les enseñan a luchar por su futuro, porque su presente está manchado por un brutal régimen de ocupación y apartheid.

Es tras escuchar todo el relato de Naji cuando sus palabras iniciales cobran todo su sentido: “No creemos en la democracia sino en la justicia. ¿Por qué nos hablan de una paz sin derechos y sin justicia? ¿La paz implica quedarse en casa, con los ojos cerrados ante tanta barbarie? No queremos esa paz”.

Recientemente, un activista de LAYLAC fue asesinado por un soldado israelí que le vació medio cargador en medio de una protesta. Naji nos habla de cómo existe mucha gente que, aún viva, está muerta por dentro porque no lucha. Su compañero dio lo mejor de su vida por ver una Palestina liberada.

Esperemos que en un futuro próximo ni Badil, ni LAYLAC, ni las organizaciones del campo de refugiados de Dheisheh tengan que seguir existiendo. Mientras tanto, personas como Naji seguirán luchando por su hogar y su gente.

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