“La solidaridad internacional ofrece esperanza de una victoria contra el sionismo”

Os dejamos la segunda parte del relato de los y las integrantes de la Brigada de la Aceituna:

 

Una vez llegados a Palestina, los integrantes de la brigada de la aceituna de este año nos adentramos en Nablus, ciudad del norte de Cisjordania, para dar comienzo a la primera parte de la misma.

Nuestro trabajo aquí se basa en colaborar con organizaciones populares locales que están en contacto permanente con las familias granjeras de la zona y conocen sus necesidades concretas durante las semanas de la recogida. Así, nosotros nos ponemos a su disposición para coordinarnos con el resto de voluntarios internacionales en la zona.

El Estado sionista de Israel asienta sus colonias en determinadas zonas estratégicas de Cisjordania que les permiten acceder, por ejemplo, a zonas de cultivo. Es ahí donde la brigada cobra sentido: la presencia de internacionales suele disuadir a los colonos judíos y al ejército israelí de acosar y atacar impunemente a las familias de la zona.

Existe abundante material audiovisual en internet y en las redes sociales que muestran las prácticas criminales de estos grupos.

Y aunque Israel se sabe impune ante la comunidad internacional (por más que el derecho internacional y humanitario sea claro y contundente respecto de los asentamientos ilegales que pueblan Cisjordania), el testimonio de crueldad ejercida contra los campesinos que pueden difundir las brigadas internacionales allí presentes, hace daño a la imagen “democrática” que exportan por el mundo.

Esa labor la organizamos junto con Tanweer, organización local coordinada por Wael y que aglutina a su vez a otros grupos de la zona. Nuestros primeros días transcurren con la familia de Suleiman y Rasem, granjeros que sufren sistemáticamente el acoso israelí.

El primero, que posee un olivar a varios kilómetros de Nablus, ha sufrido hasta tres ataques violentos en una sola semana por parte de un grupo de colonos recientemente asentados en las inmediaciones de su olivar.

La situación de Rasem es aún más difícil: posee dos pequeños terrenos en la aldea de Burin, situados debajo de Yits’har, la que se conoce como la colonia más peligrosa de toda Cisjordania. Para hacernos una idea, basta con decir que el propio Estado sionista envía allí a los ciudadanos y colonos que tienen problemas con la justicia israelí o, en general, son conflictivos. Una especie de retiro dorado para los criminales.

Las jornadas transcurren con normalidad, o con la normalidad que permite una situación de ocupación y apartheid instaurado a sangre y fuego. Las familias, agradecidas al ver a tantos amigos llegados de diferentes partes, sin relación alguna pero con el punto común de la solidaridad con Palestina y su justa causa de emancipación, comparten con nosotros su deliciosa comida tradicional a la sombra de sus olivos.

Los colonos judíos, pertenecientes una banda armada integrada por jóvenes sionistas llamada ‘Hill Top Youth’, hacen amago de presencia e intentan intimidar a las familias. Acostumbrados a la cobardía de quienes se saben protegidos por las armas de un ejército fuerte y una sofisticada seguridad privada, se retiran al ver que las familias no están solas.

Como nos dice Wael: “las familias palestinas no necesitan vuestra ayuda o caridad, pues pueden recolectar por sí mismas. Tampoco tenemos armas para defendernos. La razón de ser de la colaboración internacional es, por un lado, hacerles ver que no están solos en su día a día y que, por otro lado, la solidaridad internacional ofrece esperanza de una victoria contra el sionismo”.

Durante nuestra estancia en Nablus aprovechamos para ir a la protesta que todos los viernes desde hace unos años se lleva realizando en una aldea llamada Kafr Qaddoum.

Antes de las 12:00h., cuando comienza la protesta, nos reunimos con el coordinador del comité popular llamado Murat. Nos explicó cuales son sus luchas, sus anhelos, la resistencia que ejercen contra los militares y los colonos para impedir que se apropien de la carretera que durante siglos ha sido utilizada por ellos. Nos habló de la infancia tiroteada, de los heridos por gases lacrimógenos, del deseo de ver a los niños viviendo en un país justo y descolonizado.

Afortunadamente en esta ocasión no hubo heridos, ni gases lacrimógenos. La presencia de los soldados, sus actitudes chulescas, la exhibición obscena de su armamento frente a unos niños que les tiran piedras define su cobardía.

Nuestro último día en la zona lo dedicamos a una actividad especial. Tanweer, junto con el Comité de Mujeres, organizó una recogida de oliva simbólica en los terrenos de una familia especialmente acosada por la ocupación.

Los dos hijos mayores se encuentran encarcelados por Israel y el pequeño está en busca en busca y captura, la casa familiar ha sido derruida varias veces por los soldados y los olivos quemados o envenenados. ¿La razón? Cerca de los terrenos se construyó hace unos años una zona de exclusión que alberga una carretera militar y un puesto de control.

A pesar de todo, a lo largo de la mañana hay tiempo para reír, conversar y compartir comida. Los palestinos son tan resistentes como las raíces de sus viejos olivos.

Nos despedimos de Nablus, la ciudad de la resistencia durante la Segunda Intifada. Próxima parada, Ramallah.

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¡Viva Palestina Libre!

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