El Muro de la Vergüenza, 3º parte del relato de la Brigada de la Aceituna

Una vez finalizada la etapa de la brigada en Nablus, ponemos rumbo a Ramallah, la histórica ciudad cisjordana donde Yasir Arafat resistió al asedio israelí.

Allí contactamos con Jamal, compañero de “Stop the Wall” que nos acompaña a ver el muro de la vergüenza que atenaza cada vez con más fuerza el día a día de los palestinos que lo soportan.

Ariel Sharon, que tras un viaje a Sudáfrica en 1989 afirmó “haber encontrado la solución” para Palestina tomando prestados los métodos del Apartheid, ordenó bajo su mandato, y con la cínica excusa de la seguridad, la construcción del muro.

Las verdaderas intenciones que subyacían al oscuro proyecto eran: primero, lograr que el día a día de cualquier palestino se convierta en un infierno hasta el punto de forzar una “expulsión voluntaria” de sus hogares. Segundo, dividir Cisjordania en cantones aislados entre sí para acabar con sus integridad territorial. Tercero, conseguir la unión entre las diferentes colonias judías ilegalmente construidas en territorio palestino. Cuarto, garantizar el robo de acuíferos palestinos cercados por el trazado de hormigón, tan necesarios para la supervivencia israelí.

Este proyecto, que afecta a la vida diaria de unos 500.000 palestinos, tendrá, cuando esté finalizado, una longitud total de más de 700 kilómetros de largo, unos 8 metros de altura, y hasta 70 metros de ancho. A ello se suman torres de vigilancia, zanjas, alambre de espinos y zonas electrificadas.

De poco ha servido que ya en 2003 la Asamblea General de Naciones Unidas aprobase una resolución exigiendo a Israel que interrumpiese su construcción, o que en 2004 la Corte Internacional de Justicia de la Haya dictaminase que el muro constituía una flagrante violación del derecho internacional humanitario y que, por tanto, la parte ya construida debía ser derruida y el daño provocado reparado. Este tipo de condenas permanecen desoídas por el Estado sionista, y la comunidad internacional continua sin tomar medidas.

El muro es una amenaza permanente, no sólo porque parte en dos las vidas de los palestinos, también porque supone un riesgo a los que se acercan. Los militares acostumbran a disparar a quienes pueden ser una “amenaza”. Es habitual presenciar ráfagas con munición de combate disparadas contra niños que juegan cerca del muro.

En las inmediaciones de Jerusalén, una aldea entera –con alrededor de 33 casas- fue borrada del mapa: una madrugada, varios bulldozers israelíes cruzaron los portones metálicos del muro y, tras sólo unos instantes concedidos a los habitantes para salir de sus casas, comenzaron la demolición de todo cuanto se alzaba ante ellos. La excusa israelí se basó en la falta de permiso de construcción, pero lo que muestra esta salvajada es la justicia impartida por el poderoso que se sabe impune ante los crímenes más inhumanos y que se permite decir qué es legal y que no incluso sobre terreno ajeno.

Sobre terreno comprobamos cómo este muro aísla a la población palestina y convierte lugares prósperos en pueblos fantasmas. Las dos autopistas que conectaban Jerusalén y Jaffa habían propiciado la aparición de poblaciones y un importante desarrollo comercial a su alrededor. Hoy, tras la interrupción de las mismas por el trazado del muro, se ha pasado de en torno a 2.500 familias a apenas unas decenas. Sobre el antiguo trazado, Israel ha construido modernas carreteras de uso exclusivo para los israelíes.

Además, Israel sigue aplicando perversamente una antigua ley de la época de dominación otomana: si un palestino deja de cultivar sus tierras durante 3 años porque, por ejemplo, las mismas son inaccesibles al estar cercadas por el muro, el Estado sionista pasa a ser el propietario de las mismas.

La vida cotidiana de un palestino que vive a la sombra del muro se convierte en un infierno: le obliga a un sinfín de controles militares, le impide comunicarse con aldeas cercanas, le impone la necesidad de pedir autorizaciones para acudir al médico, a la escuela, al trabajo…

Visitar el muro, sentirlo cerca, comparar la vida a uno y otro lado, ver lo pervertido de esta construcción que roba tierra y vida, saber que los organismos internacionales exigen su demolición mientras que Israel no sólo no se detiene en su empresa, sino que continua desarrollándola y dotándola de sofisticados medios de exterminio es descorazonador.

A pesar de este imponente y desolador paraje que tenemos ante nuestros ojos, de los palestinos aprendemos que no puede haber lugar para el pesimismo. Debemos seguir su ejemplo y continuar apoyándoles sin miedo hasta la victoria que sin duda se elevará sobre los escombros de esa kilométrica mole de hormigón y alambre.

¡Acabemos con el muro israelí del apartheid y la vergüenza!

¡Viva Palestina libre!22886067_698034993725892_6316964158669674902_n

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